Ayer a medianoche sonó mi teléfono;
- ¿ Dígame ?
- Mire usted, soy el Amor
y llamo para decirle
que estoy harto de que me persiga
con sus poemas ridículos,
con sus versos insulsos y pomposos;
estoy harto de que me despierte
con el estruendo de sus metáforas,
con el chirrido de sus hipérboles;
estoy harto de que me mude
de un lado a otro
como si fuera una maleta.
Ahora, por ejemplo,
me hallaba en casa
cenando una paella
y de repente, por su culpa,
me encuentro en medio de un soneto
perdido entre las olas,
contando las estrellas,
hablando de amapolas
con magos y doncellas.
Del mismo modo,
cuando al anochecer
me hallo reclinado en un sillón
viendo una película de vaqueros
y comiendo palomitas,
llega usted medio borracho
con su grupo de amigos cacasenos
y no se les ocurre nada mejor
que levantarme
para rimar conmigo horas y horas
por lo cual acabo
con un fuerte dolor en los riñones.
De sus amigos, ninguno me cae bien,
ni el Garcilaso,
ni el Salinas,
ni el Neruda
pero el peor de todos ellos
es ese tal Becquer
que lleva más de un siglo
hurgando con su dedo en mi pupila azul.
Dígame, ¿ por qué no se dedica
a los poemas de temática política,
o a cantarle serenatas a las plantas,
O a dirigir sus enjundiosas aliteraciones a las ranas ?.
Mire, poeta, en la vida
hay muchas más cosas que el amor,
hay guerras, tragedias, locura, odio,
monstruos de todo tipo,
en la vida también mora el dolor,
¿ por qué mira usted siempre al mismo lado ?
¿ Ceguera ? ¿ ignorancia ? ¿ hipocresía ?.
La vida es mucho más que besos y abrazos,
es mucho más que tardes luminosas,
que amaneceres armoniosos,
que musas y que rosas:
el mundo se parece más a una trinchera que a una cama.
Por favor, le ruego que me deje en paz
por lo menos unos días. Gracias.
Tras colgarme el teléfono
recapacito sobre mi poesía:
creo estoy sufriendo un severo desamor.