Herido de añoranza de tus manos,
de tu voz, de tu boca y tu mirada,
en su esplendor había contemplado
dormirse el rojo sol sobre las olas.
Mientras el dulce Tajo afortunado
encontraba su mar al que entregarse,
yo vagaba sin ti, con tristes pasos,
por las tranquilas calles de Lisboa.
Y aquella noche descubrí en el fado
el doliente latido de tu ausencia.
¡Cómo vibró en mi alma el desgarrado
lamento de ese grito de tristeza!
La voz del sentimiento lastimado,
la nostalgia profunda y temblorosa,
la “saudade” que brota y se hace canto,
canto de amor, dolor y soledades.
Un sollozo que al viento se ha quebrado,
un gemido en la noche desolada,
un ansioso suspiro acompañado
del trémulo plañido de las cuerdas.
Y en medio de ese instante fascinado,
teñido de sutil melancolía,
mi soledad, sin tu presencia al lado,
se hacía más amarga y dolorida.
Se agitaba mi espíritu deseando
tenerte junto a mí en esos momentos
porque también tu aliento enamorado
con el mío al unísono vibrara.
Y aunque tú estabas lejos aguardando
mi regreso a tus brazos expectantes,
en la distancia fuimos enlazados
por la etérea cadencia melodiosa.
El instante pasó y hoy ya es lejano.
Pero ¡ojalá que un día venturoso
podamos juntos escuchar el fado
en la mágica noche lisboeta!