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Las sierras

Salpicaba, el monte, sus rebaños de agua fresca, a las cabritas, que saltaban alegres por la sierra.Una niña de ojos muy claros, era la pastorcilla, con la ayuda de un perro, un poco anciano, pero era fiel a su tarea, había empezado a ayudar a la mamá de la niña. Esta se había aburrido de la vida campesina y se había ido a la ciudad, dejando una familia. De vez en cuando, venía en navidad, con muchos obsequios para sus cinco hijos.La verdad, que quien la conoció en sus tiempos de mozuela, era un desperdicio, criando niños y arriando cabras.Su alma inquieta, se dejó ilusionar, por un forastero, que pasó cerca, le prometió un mundo mejor que ese. Y no dudó un momento, se escapó sin dejar una carta, nada, ni un rastro, sus hijos se despertaron, pero más nada.El hombre sufrió, lo que no tiene nombre, porque de ella estaba muy enamorado.Asimismo no se dio cuenta que esa florecilla no era de la sierra y se ahogaba de tanto tedio.

En la ciudad, tampoco le fue tan bien, se tuvo que apañar, como pudo, ya que también el forastero, era un timador y de los buenos y quería que ella ejerciera la prostitución, gracias a su belleza-condena-¡Maldición!, se maldijo varias veces, por su mala suerte. Asimismo, era ella, la que había elegido, abandonar todo, si no era lo esperado.No era cuestión de acomadarse a ese cruel hombre,así que con lo poco que traía encima, se fue a otra ciudad y empezó a hacer distintos trabajos, que le permitieron, llevar una vida más o menos digna.Dicen que no se volvió a enamorar, guardaba muy cerca del corazón, como el mayor preciado tesoro, una foto familiar, de su esposo y sus cinco hijos.Pero era más fuerte que ella, no podría ir contra la naturaleza, las sierras, su serenidad, la rutina, no eran para ella. Le gustaba, el desafío de cada día y vivir cada día como fuera el último, fluía y se dejaba fluir de vez en cuando, también.