La niña pagó diez pesos por un vidrio roto
que le gustó.
Tenía ahorrado siete hasta que vio
el vidrio roto que la cautivó.
Su tono del vidrio al sol
le recordaba a su corazón.
Catorce colores de todos los violetas
tenía el pedazo de vidrio que se rompió.
No te engañes niña por que
ese es su falso valor.
Yo no tengo más que darte
aparte de los tres pesos, delgados, sin color.
Ese vendedor de vidrios rotos
solo te ha besado la imaginación.