Ya no siento en el alma
la emoción misteriosa
de mirar las estrellas
cada noche silenciosa.
Ya el mar con su grandeza
no me inspira una poesía,
ni el cielo azul en él reflejado,
ni mi espíritu vive tranquilo y sosegado.
Ya el resplandor del sol
en el ocaso de cada día
no me invita con su bello colorido
a plasmarlo en un lienzo con alegría.
Yo que siempre viví la gran aventura
de observar la belleza a mi alrededor,
ya no miro la rosa ni cualquier otra flor,
ya el corazón no goza de ilusión y de amor.
Y es que tengo el alma
cansada, dolorida y maltrecha
de vivir sin encontrar la calma
amparada en la divina providencia.
Y a veces siento mirando el horizonte
que nada empaña el paisaje de esperanza vestido
oyendo el canto de las aves en su armonioso aletear
y el sonido del eco penetrando en mis oídos.
Y en la sábana inmensa del espacio infinito
voy buscando la paz que el alma necesita,
escuchando en la mañana el sonido del viento
y que moje el rocío mi ser que se marchita.
Fina