(Managua, 23 de julio de 2004.)
Mis mejores poemas fueron siempre para ti.
Nunca necesité palabras para expresarte lo que siento,
pero escribo, escribo y escribo para no perder mi oficio...de escribir... te digo:
Es este aliento fresco que me agrada.
Y cierro los ojos y nuevamente te veo, extiendo mis brazos y te abrazo,
luego recorro con mis dedos el contorno de tu rostro y me sonrío cuando veo tu risa
y veo que me ves y estás otra vez presente.
Estás aquí, lo sé.
¡Ay cómo llenas el pecho de esa sensación rara que entre agrado y angustia te llama:
Sin abrir los labios te llama, sin decir tu nombre te llama, sin apenas un susurro te llama
y esta llama que arde otra vez y se enciende una y otra y otra y otra vez hasta no terminar!
¡Ay cómo se llenan los ojos de lágrimas!
Ay de los ayes, gemir y quejarse sin emitir un solo sonido.
Solo. Sólo te añoro y consciente de mi inconsciencia me despierto de este sueño.
¡Qué cruel suele ser la realidad! ¡Cómo supera a la ficción!
¡Cómo se puede amar tanto, entre tanta terquedad!