Me exilio.
Abandono las malvas estrujadas
que palparon nuestros cuerpos
percibiendo nuestras vibras aquella tarde de cielo.
Al sol extraordinario
que asomó más de una vez
tras un cirro silencioso.
Abandono a la estrella solitaria
que alumbró nuestra aurora…
y a la luna
y al mar
y al ocaso en tus pupilas.
Me exilio
en el viento desvalido
sin la revolución de tus cabellos
ni el fusil de tu memoria
sin el fuego de tu boca
donde no habita el ideal
ni la flor…
ni la utopía.
Me voy.
Se derrumba la cornisa
del delirio en tus caderas
y la gloria de tu sexo.
Se muere el violeta de tu sangre oxigenada
sin la algarabía metafórica
de una nota de amor…
en mi verso.
Sí, le digo adiós a tu ombligo
que vibró para mí
en tu piel de violín
o en la gota de rocío…
de tu esencia de mujer
entre mis dedos.
Los recuerdos asoman una lágrima
que se hunde en el vacío
y contagia su rabia
a este verso proscrito
que me acerca al infierno…
de tu paraíso prohibido.