Llamada abierta
Amigo, el corazón de las ciudades
parece un túnel viejo que evacúa subproductos,
sandalias sin su par, pétalos muertos
y algún lápiz labial de cuya boca nadie supo.
El sucio amanecer de las usinas
crecía en la humedad de los pasillos grises,
subía en las corbatas de colores del ministro,
llegaba sin piedad a los pupitres de la escuela.
Millones de miradas abarrotan su horizonte,
millones de perdidos se trasladan metro adentro,
no sienten, no se escuchan, no palpitan ni a balazos
y caen sin cesar en las barrancas del olvido.
Las máquinas que muelen las carnes del camino
reparten sin piedad cuellos, estrellas y manzanas,
trópicos, tropiezos, las mermeladas de la muerte
y el mísero tesón de la mañana abandonada,
a algún pájaro azul le dan un gato que lo atrapa
y que ni un trino dejará de aquella caza en las aceras,
a un niño una canción que no descifra hasta que muere,
pero que entonces ya no habrá forma de hacer que nos la cante.
Amigo, nadie más tuvo la culpa del abismo,
ninguno se asignó deber alguno con la muerte,
huimos, fantaseamos, rodeamos los palacios
y en plena almohada fueron cayendo balas como lágrimas.
El cielo parpadeó con vieja lluvia intermitente,
con aviones caídos en la explosión de cada ocaso
y ovarios que parieron nuevos nombres del olvido.
Andaba la ciudad entre pasillos de cerveza,
entre desfiles de dolor y periodistas del engaño,
de cuyos flashes fotográficos sólo queda un mal concierto
o un rostro sin color que nunca supo regresar a su sonrisa.
Andaba entre balcones que no salen del subsuelo,
en trajes que no caen a la orilla de ninguna cama,
en novias que no esperan sino más noches de bodas
o un práctico sermón en la montaña de los celos.
A quien le importará que a nadie ahora ya le importe,
con quién regresará la antigua fe del resignado,
del que a pesar de la opresión o de la niebla ante el futuro,
no dejó nunca de rascar en las hendijas de su propio sueño.
Y créeme, es verdad que nada queda del anhelo,
que todo es predicción de una manzana que se pudre,
pero que así, quizá, de darnos cuenta del desastre,
podremos levantar otra ramita de esperanza.
No dejo de esperar del buen salvaje ese regreso,
no niego al palpitar que junto al lobo arde el cordero,
que bien podemos ser de nuevo hermanos en la jungla,
que pese a caminar como si hablarte fuera al viento,
contengo la ilusión de que ese viento mueva tu alma.
Amigo indiferente, cabizbajo transeúnte,
sólo te quise recordar, vecino mío, que no hay muerte
sino en negarse a la existencia y a las manos
que nos da para forjar con su fulgor nuestro destino.
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23 08 13