¡Oh rosa de fuego, ardiendo descontrolada!
clávame en el pecho tus espinas delicadas
derrama tu esencia en los sentires de mi alma
y endulza con tu néctar la savia de mi cuerpo.
Arropa entre tus pliegues tersos y humedecidos
mis pieles crepitantes que palidecen ante el frío
pereciendo entumecidas a la sombra del hastío.
¡Dame tu calor, transmútame en rocío!
¡Oh rosa que destilas el vaho de la pasión!
enclaustrando en mis lares las raíces de tus ayeres
desborda los manantiales de tus amaneceres
sobre el suelo firme y fértil que anhela reposarte.
Aráñame el deseo sin compasión alguna
que si me sangra el alma será vida y fortuna
saberme entre tus hojas, tus pétalos y espinas.
Por: David Caceres
Managua, Nicaragua.