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RĂ©quiem de la humanidad muerta

 

Réquiem de la humanidad muerta

 

 


Envilece la gnosis, en las autarquías,
mecánica ávida presta,
rendida al hurto de los puntos cardinales,
y al pillaje de lo material,
al pairo de un rumbo sin destino,
mascaron de proa reducido,
a los trances que el viento impulsa,
de ese Cierzo que acuchilla,
en esas noches de soledad empedernida,
arrenuncian todos los náufragos
que lloran en silencio
por recibir como pago, la violencia,
gimen ellos, todos, en la solitud
e imploran una fuerza que los eleve,
creyendo que la especie trocara humanidad,
por un talabarte bondadoso
que inquiera lo soñado,
elevándonos hacia los confines del sueño soñado.

 

Fue la espada primero
la que hendida en el orbe creo el horror:
jinetes de miseria cabalgando
sobre corazones de sangre desmembrados.
Muerte, vestida de negro luto
guadaña que silba a réquiem,
cauterizo los campos de batalla;
y a las heridas de los soldados
de todos los sagrados confines,
invitándonos, con entelequias perversas,
a forjar fronteras y banderas;
y a hondearlas, con céfiros de sangre,
telegrafiando por doquier, la estupidez,
adiestrándonos en su génesis
en las señas que nos desarbolan,
como lo hace el trueno en la tormenta,
en todas aquellas tempestades que asolan al mundo,
sin advertir que, pobres de nosotros,
que solo una invención del destino somos

 

Todas las heridas que el alma enmudece,
son lagrimas que a la mar van
la desesperación de los que están solos,
aquellos privados de palabra y libertad,
¿sabe todo, acaso el creador?


No hay miedo, ni adoración, ni misericordia, juntas,
que defiendan los justos de los tiranos.
Muerte, tu que eres justa;
y que tus cenizas a los huesos llega,
desdeña los miedos, y la avaricia ciega.