Donaciano Bueno

Alegría...

¡Alegría, alegría!
Venid todos a escuchar
lo que os voy a contar
que a mi ayer me sucedía.

Me levanté esa mañana,
alcé mis brazos al cielo,
me deshice del pijama,
me asomé por la ventana
y el sol se posó en mi pelo.

Un día de primavera,
resulta que yo salía
puntual hacia mi trabajo,
como hago todos los días
cantando por bulerías,
dando brincos por la acera,
hasta llegar a mi tajo.

Cogí escaleras abajo
y una chavala del cuarto,
una niña veinteañera,
¡cómo está la puñetera!,
me miró con desparpajo
al cruzarse en la escalera.

Aún no bien recuperado
de la agradable impresión,
un señor desde el balcón,
Pascual, un vecino huraño
-me resultó muy extraño-
me gritó con alegría:
¡que tenga usted un buen día,
vaya usted con dios, señor!

Subí al tren de cercanías
y a lo largo del trayecto
gente que no conocía
con placer me sonreían 
y me cedían su asiento.

Los alegres pajarillos,
-siempre huidizos, siempre pillos-
me cantaban estribillos
provocando mi atención.

Incluso las florecillas
-otrora humildes, sencillas-
se acercaban a mi orilla
con una genuflexión.

Entre tanta excitación
por fin llegué a mi despacho,
saludé a mis compañeros
que amables me sonrieron.

Y el jefe muy dicharacho
-generalmente austero-
me anunció con mucho esmero
¡mira tu aumento, muchacho!.

Y ahora ha llegado el momento
que no hubiera deseado
de anunciaros, abrumado,
que este relato es un cuento.

La mañana no era tal,
ni entró el sol por mi ventana,
desperté de mala gana,
y no existía el tal Pascual.

La muchacha no era real
-esto si que lo lamento-
que en el tren yo fuí de pié
y nadie conmigo fué
atento. Las aves, las florecillas,
sólo son mentirijillas,
lo peor, lo que más siento,
es lo que afecta a mi aumento.

La vida es una fantasía
es un canto, una ilusión
una bella melodía
a componer cada dia
desde el propio corazón.