Sandra
jamás ha ido
a un hipódromo,
nunca
conoció
un jockey;
es incapaz
de distinguir
el brioso
corcel
del rendido
palafrén
pero
sabe cabalgar.
Sandra
ha ganado mil
carreras
con el sudor
de su cintura,
ha palpado
las nubes
sobre grupas
salvajes
de potros que
se agitan,
se estremecen,
corcovean
satisfechos
y rendidos
del placer
remunerado
entre sus piernas.
Sandra
no guarda el ayer
en oscuro baúles olvidados
ni en hojas arrancadas
al diario de su andar sin inocencia:
disfruta cada instante
que revive en la rutina
de tacones, colores
y perfumes.
Sandra
labra el porvenir
con el sudor de su intelecto;
encontró la dicha
en la montura del amor:
madre,
esposa,
amiga,
compañera:
amazona
de su vida
y de su hogar.