Cuando viajo
camino con pie quebrado
por ciudades octosílabas.
A veces me encuentro con juglares
que me invitan a hemistiquios sin cesuras.
Prefiero los sonetos poco azules,
con llovizna y azogue en sus tercetos.
Recorro callejuelas asonantes,
que riman como olas empedradas,
buscando pernoctar en una sílaba.
Cuando enfermo
me someto a una transfusión de flores
o me inyecto un crepúsculo cobrizo,
si es posible, sobre un mar a media tarde.
Padezco todo tipo de tormentas
y en mi sangre se entremezclan
relámpagos y lágrimas.
Llevo cerezas en mis labios
para besar en la piel a las palabras.
Atravieso la noche sobre un ángel
y me duermo con la luna en una nube.
Escucho a los corazones desterrados
y converso con las almas torturadas.
Predico lo que el pecho me predica
y trato de huir de la muerte del amor.
Mi patria es el oasis de los sueños,
mis ríos son la voz de un tipo melancólico
y a pesar de que a veces me aplauden,
tan solo soy un poema de Francisco de Nerval.