Renunció a ser un
estropajo o un
trofeo; su cambio
de humor era tan
frecuente, que no
sabía que decirle.
Muchas veces era
preferible mantenerse
callada y en la
mudez, él se ponía
algo violento.
De repente, súbitamente,
ella tomó un cuchillo
y le hizo un corte
en la cara,
dejándole una
marca imborrable.
Un gran alboroto,
en la calle se acumuló,
en los bajos del edificio,
con el griterío.
Reticente salió de
la habitación.
Llevaba una mano
ensagrentada y
en la otra un rosario,
sabía que tendría tiempo
de sobra para arrepentirse
cuando iría a prisión.