Yo me encontraba sentada en la tierra, mecida por los vientos otoñales, mientras sontenía una taza de té caliente, que me entibiaba los labios. Miraba el cielo con sus nubes de algodón, y reía contemplando que ellas, también podían verse en el reflejo de mi infusión. Giraba los brazos, y observaba a los alrededores, en el espejo acuoso del líquido de mi brebaje. Sonreía y me bebía el firmamento. Tanto era así, que luego de tres sorbos, quedaba ebria de estrellas y mareas. ¡Vastas tardes en las que bebía el mundo, desde una taza de té!