Estoy en un bar
contemplando un mar de gente,
¡alguien que me dé esperanzas!
Hambreando amorfas ilusiones,
un ángel ha bajado del cielo,
pero no es el mío.
Revuelvo mi café contemplando
y el humo de un cigarrillo se alza
como pidiendo tiempos,
espacios para elevarse.
Hay también un viejo cuadro de gente lejana,
un fulgor de oscuridades vanas
que en los rincones destaca
Cada parroquiano
es un rostro de tierra nuestra,
con penas nuestras,
con alegrías nuestras.
Cada rostro está elevado
a una inmensidad aletargada,
promiscuamente aceptada,
procazmente disipada.
Hay un lenguaje común entre todos,
es un grito de certidumbre,
un desahogo de cadenas
que atan historias casi indiferentes…
emociones viejas.
En mi mano la cucharita se mueve
como marejada en el tiempo,
dentro del café se mueve
Y el mar de gente se aleja,
y otras olas regresan
o esperan…
Yo espero
no sé qué espero, pero espero
Mientras el humo aquel
sigue abriendo caminos,
mientras el cuadro sigue allí
con sus personajes mirándome
no sé si estoy o no estoy.
No sé si vivo, aunque vivo
en este submundo marino que distingo.
CARLOS A. BADARACCO
26/12/12
(DERECHOS RESERVADOS)