Para Luisa, cada día era una aventura camino a la escuela o de regreso a casa. Por la mañana, apresuraba el paso para estar siempre puntual, y al medio día acompañaba a la bandada de pajarillos en la que se convertían sus compañeros al salir del recinto escolar. Parecían volar por las diferentes calles del pueblo. La primera parada para sus compañeros de barrio era la tienda de doña Gracielita, allí se disfrutaba de los helados, luego la pared de los Portillo se transformaba para jugar con la pelota de goma y mientras rebotaba, cantar la ronda: “OA, sin moverme/sin reírme/sin hablar. /OA, con un pie/con el otro/OA, con una mano/con la otra, /OA, media vuelta y vuelta entera…” Siguiendo con el recorrido, los dulces anisados en la tienda de don Manuelito eran la energía necesaria hasta llegar a casa. Algunas veces, al escuchar el tren corrían hasta la estación para saludar a los viajeros y observar el rítmico vaivén con el que se deslizaba la serpiente de acero. Como a Luisa, no le permitían llegar hasta la estación del tren, ella se divertía escuchando los aplausos que salían de las cocinas mientras preparaban las tortillas o percibir el dulce aroma de la miel de panela para las melcochas que elaboraba con destreza doña Tiburcia.
Entre juegos y risas, Luisa fue aprendiendo a usar sus manos para manipular la aguja y el hilo para bordar la falda que usaría en su próximo cumpleaños, también a pintar con colores el cascarón de fantasía para el día de carnaval; a decorar el regalo de mamá para celebrar el día de las madres, a plantar semillas para aprender a cuidar de la naturaleza y a contribuir con el mural cívico para demostrar su amor a la patria. Así, termina un ciclo de conocimientos, saberes y ejemplos que fueron moldeando las metas de Luisa-entre ellas, el dominio de las palabras a través de la expresión escrita.
©Mirna Lissett, agosto 26 de 2013