Eras la muerte sin paz ni luz;
una lumbre tenue, pero con vida;
eras, en silencio, una faz dormida
esperando ser clavada en una cruz.
Eras raíz del árbol de la senectud
tan honda que hasta la muerte pedía;
eras un arroyo seco de alegría
apagado como ahora tu ataúd.
... Dejaste inherte lo que en paz dormía
y te fuiste del mundo en la cama fría,
que Ella tardó mucho tiempo en recogerte.
Aquí queda mi madre que te llora todavía,
una esposa que no supo bien qué quería
y quien realmente tuvo miedo: la muerte.
-Víctor Aciago-