Lissi

VUELAN LOS BARRILETES…VUELA LA VIDA (“LOS RECUERDOS DE LUISA”)

 

El vuelo de los barriletes por este cielo que Luisa vio en el pasado, continúa marcando el final del ciclo escolar; el cambio del viento y la última etapa de la estación lluviosa.  En su época de infante, los patojos iban por la tarde a buscar las varitas para armar la estructura de su pájaro de papel, el upay tenía los frutos en el punto justo para utilizar su goma y así pegar los retazos de colores sobre el esqueleto del barrilete.  Las abuelitas debían cuidar sus costureros porque los sobrantes de sus telas y hasta las finas tiras con que daban forma a sus vestidos iban a parar a la cola del barrilete, que debía ser tan larga como sus ilusiones de niños.  A Luisa, le gustaba ver esos multicolores juguetes surcar el cielo que desde la cercana loma los elevaban y soñaba con anudarse a su cola para poder ver el mundo desde arriba.


Una mañana de ese alado mes (octubre), Luisa junto a sus hermanos y una prima jugaban al fondo del patio.   Era, un lugar estupendo para jugar  pues allí guardaban carretas, sillas para montar a caballo, aperos de labranza, armarios viejos  que contenían lazos, cueros y un sinfín de objetos que se utilizaban en las faenas de la ganadería.  También había un pozo grande y su respectivo torno para sacar agua, así que el ambiente era propicio para inventar  aventuras. Todo estaba protegido por un galerón construido con techo de tejas y paredes de adobe.


Como la construcción tenía muchos años y había llovido en días anteriores, los adobes empezaron a moverse y a caer un poco de tierra cerca de donde se encontraban jugando los niños, su prima fue la primera que se percató del suceso y en un principio pensó que se trataba del gato amarillo que solía pasear arriba del muro; un tremendo estruendo hizo que ella tomara de la mano a Luisa y a su hermana para protegerse de ser aplastadas por el techo que se venía abajo.  Corrieron cuanto pudieron, pero el techo logró alcanzar la espalda de Luisa tumbándola al suelo.  Los minutos que transcurrieron  para que los mayores se percataran del suceso se hicieron eternos…mientras salían de su forzosa cueva de escombros, el abuelo lloraba inconsolable porque creyó ver a sus nietos volar junto a los barriletes que se alzaban raudos por el lugar.


Por fortuna, los niños salieron ilesos, un poco asustados y con mucho polvo encima que no menguó su interés por la olla de tamales que se cocían en la cocina y que despedía un sabroso aroma, propio de las hojas de plátano que impregnaba su peculiar sabor a la masa y al recadito colorado.  Una experiencia inolvidable, el pozo es el único testigo que queda de la situación que sucedió en el lugar y las lágrimas del abuelo se secaron al alumbrar el sol que jubiloso enviaba sus rayos porque volvían a la vida los curiosos infantes.

©Mirna Lissett agosto 27, 2013