Los árboles yacen
amontonados sobre la tierra extendida
Talados, sus troncos lucen desnudos
sangrando al cielo sus cortezas heridas
Por ellos circuló añares la savia fresca
Al suelo están las ramas,
ramas tupidas en que anidaron
trinando sus bellos cantos,
bandadas de zorzales y colibríes
Si hasta el hornero construyó su nido
revoloteando de rama en rama
Trayendo el barro firme
en su hacendoso pico
Tanta vida que despertó mis días
Colmó de aromas mis largas noches
Cuando entre arrullos tú me querías
Bellos días, ardientes horas
en que la Primavera florecía
La lluvia nos sorprendió un día
mientras nosotros bajo sus copas
con tanto amor nos guarecíamos
Verdes arboledas que esconden secretos
Y la ternura en nuestras poesías
Hojas caídas, frondosos árboles
Ayer erguidos
Testigos de llantos y risas
dulces promesas dichas
Inciertos días en que tallé con ansias
sobre sus troncos gruesos
tu nombre y el mío
Adiós arboleda y flores mías
regadas de sangre,
Savia fresca derramada
por la tala sin piedad
en sus cuerpos declarada
Verdores que cuentan al oído
remembranzas de aquellos días
El tiempo se llevó sin prisa
ardientes abrazos, mi tibio pecho
tímidamente en tu pecho escondido
El tiempo pasa y nada queda
porque siempre llega el olvido
Es la tierra generosa,
una madre amorosa
que guarda eternamente,
el amor que late y late
en lo profundo de su alma
sin extravíos
Elida Isabel Gimenez Toscanini