Quice no perder la esencia de la rosa, dejar que marchitara y guardarla en el alma mi primera opción. Quice dejar que su aroma hablara por ti, y me dijo más de mi que de ti, simples afirmaciones desde que le contaste a las aves sentenares de secretos que aquella pequeña rosa había tenido paciencia de escuchar. Quice que no envejeciera así que tomé las palmas de tus manos y cerré con mayor suavidad justo con mis dedos, su forma y color siguen intactos como aquella semilla que se sembró dentro de la raíz de los dedos del pie, intentando ligarme a ti.