Fue mi deseo
tormenta de fuego
que auscultaba al cielo
en rojo vivo,
huracán de halcones
que buscaba
las palomas azules
de tus venas,
los cisnes escarlatas
de tus labios
para crear
un alud de sangre enamorada.
No entendía mis espejos
sin tus ojos en su entraña,
no entendía mi camino
sin tu brújula,
sin tus huellas,
sin la vela de tu boca,
beso de pan para mi hambre.
Te deseaba
desde lo alto de mi vigía
hasta lo más profundo de mis sueños.
Eras altar y cáliz,
barco y puerto,
eras mi única verdad reconocida,
y yo, prófugo del tiempo,
vislumbraba en ti la eternidad.
Inútil combate mi deseo
porque nada se puede contra el olvido,
negritud perpetua
que apaga toda luz,
fosa oscura
donde el nombre allí caído
jamás vuelve a pronunciarse.
Tu amor lo envolviste en una ola
que no alcanzó
a liberar su espuma en una playa.
Ahora, mi deseo es gaviota lejana
que vuela hacia el crepúsculo
para no volver jamás de la noche.