(...) Un grillo comenzó a cantar. Su chirrío llegaba a mi cuerpo, primero por el oído derecho y luego por el izquierdo, creando así un efecto sonoro disonante. Esta música era claramente una puerta, hacia algo más allá de mi razón. Inducía a un trance aprisionante. Me aterraba y endulzaba tanto que me creí a punto de enloquecer. Me hundí en un mundo sonoro. Todo era una gran onda vibrante. Yo sólo era un algo, que creaba vibraciones.
Traté de romper, lo que parecía, un encantamiento opresivo. Abrí mis ojos y los alrededores me resultaron enormes. Miré hacia el suelo. Para mi incrédula sorpresa, me encontraba en la mano de Matías, chillando como aquel insecto. Sacudí la cabeza; otra vez, me encontraba sentada frente al viejo. Así, todo volvió, progresivamente, a resultarme familiar. Sin embargo, no pude sacarme la sensación horrible, de ser algo tan pequeño, como un bicho. Todavía sentía estar, sobre la palma de Matías. Para colmo, él me miraba, y movía sus manos lentamente, mientras las observaba con total detenimiento. Percibí moverme involuntariamente. Esa sensación me deschavetó. Tuve que gritar. Él puso su dedo índice sobre mis labios, haciéndome callar.
Matías- El grillo es la hendija entre los mundos, te puso en sintonía con otra banda de emanaciones. No hay nada más que hablar. Simplemente agradécele. Tienes afinidad con los bichitos de la noche. Eso es una suerte y un gran desafío de poder.
Matías se levantó, le echó arena al fuego y me instó con la mirada a que lo siguiera.