Víctor Callirgos

El Oro de Berlín

Cuando vengas, ven

despacio, solitaria,

completamente

abiertos los ojos

de la mente;

trascendente,

y no ceses de mirarme

con tus ojos de estrella,

cósmicamente  alada, sutil

y poderosa, armoniosa;

porque he de decirte

inermes los labios,

cerrados los ojos,

que importa poco

el desierto o la sed

o el viento, si adviertes

ahora, que he muerto,

esperando el beso

de tus labios, la flor

de tu alma, la mano

de tu espíritu,

para nuevo levantarme.