Hizo sus tallos brotar
regándolas con esmero,
con paciencia sin igual
les regaló atardeceres;
y quitando abrojos crueles
que las pudieran perturbar
anduvo el jardinero en su trajinar
hasta ver brotar los capullos,
que sonrientes en torno suyo
comenzaron a florear…
Luego en la etapa primaveral
al ver el vistoso colorido
el jardinero sonreído
se dispuso las flores a cortar;
para así negociar
de las flores, sus encantos,
retirándolas del campo
hacia un remoto lugar.
Y ellas comenzaron a llorar
y con lágrimas en sus rostros,
con lastimeros sollozos
y sin poderse explicar
repartieron adioses
olvidando los goces
de su estancia floral.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo, Venezuela