Te añoro padre querido
(y no siempre pienso en ti),
pero la herencia que me dejaste
la llevo dentro de mí.
Eras justo en demasía
y eso a veces me enfadaba
tu "si" era siempre sí,
tu "no" no se cuestionaba.
Pero padre, había dos cosas
que han marcado siempre mi vida:
la humildad de tu carácter
y tu bondad inmerecida.
Humildad que por tu status
podía haber sido orgullo
pero siempre tú inculcaste
modestia para los tuyos.
Nadie debía mirar a nadie con altivez
y si alguien te llamaba solución dabas tambien.
Un marido con conciencia,
tan diferente a mamá
de ahí tu enorme paciencia
y eterna lealtad.
La amabas, era "tu nena",
no había otra para tí,
por eso la consolabas
si la veías sufrir.
Siempre pensé que mi infancia
era como las demás
y el agradecimiento que tengo
hoy no te lo puedo dar.
Cuando tu tiempo era libre
a tus hijos lo dedicabas:
los domingos al pantano
o a la pesca, o a la caza.
Si llovía no importaba
también había que hacer:
música en casa se oía
clásica y zarzuela también.
Poco a poco al ir creciendo
nos unía mucho más:
la poesía, el teatro,
el futbol en el sofá.
Toda la familia unida pensando que los demás
vivían como nosotros la misma felicidad.
Por es te quiero tanto
por enseñarnos a seis
cómo se forja una vida
de la cabeza a los pies.
Me siento muy orgullosa
del legado que dejaste en mí,
por eso te añoro tanto
(aunque no siempre pienso en tí).