El futuro me propone
su medida,
la de las cosas,
la de tus manos
que son mi tiempo,
la de la boca y los abrazos
de mi aliento,
la del silencio que consiento
cuando me acostumbro a la nada,
a través de la barca de mis ventanas,
la del amor, que sólo brega por
rozar la piel de tus esquinas.
A veces la nostalgia me deja navegar,
y aunque la brisa se vuelve por momentos
incierta e inventaria,
me entrego al convite de repetir,
aquel destierro,
aquel inhóspito desierto en que en un ayer, dejé la voz.
Mi equipaje me reconoce,
me despierta el peregrino que me presta
y me entrega cada día,
el desvestir que me obliga a un gesto cómplice,
el paisaje que llena mi espacio de una vida que vive,
que respira, que existe, que sueña.
Una madera mecida y quebradiza es mi raíz,
mis palabras desde mi cuerpo escriben en un contínuo desorden,
¡te estoy hablando desde mi último grito que derrama!,
¡te estoy amando desde la distancia precisa en que te escribo!,
de nada sirve callar si mis dedos alargan por tocarte,
de poco sirve correr delante,
si muero por el deseo del regreso a ti.
Las aves me inspiran a perseguirlas,
en su centro espero mi andar, mi comienzo,
el primero de mis pasos que enmudezca los ruidos,
el reposo preciso de ser yo, cuando te contemplo,
¡sólo tengo este cuerpo que conserva tu atardecer!,
¡por ti he descubierto cuando no más
un secreto en realidad dos,
cuando el poema,
cuando el amor!,
y más arriba del cielo cuando apenas un arroyo,
y tú el desborde que propaga,
y yo tu tempestad.
Mis ojos se deciden al azar por encontrarte,
porque desde un lejano tiempo somos el ímpetu,
porque mi vida es un solo día cuando te siento,
y me presto al juego cotidiano de perderte,
mientras el futuro me propone su medida.
Mi sed de ti palpita,
cada segundo y con tentación,
en ese instante inédito, en ese instante.
T de S
MRGC