Soñaba con ser una mezzosoprano
con las piernas de la gran Marilyn
que cantara operas a los albatros
sobre mares de rimel y carmín.
Era un arco iris dentro de un armario,
dulce azucena equivocada de cuerpo,
una mariposa atrapada en un oso,
un rayo de sol encadenado al invierno,
una lágrima perdida en un ojo,
una hoja extraña que persigue al viento
por los callejones de un largo otoño
donde melancólico se detiene el tiempo.
Cuando pintaba los labios ante su espejo
en la honda soledad de un cuarto oscuro
imaginaba sus labios robando un beso
de la boca de un ángel jovial y rubio.
Terrible es la cárcel de carne y hueso
para la malvarrosa que en ella habita,
terrible es ser celda y a la vez su preso,
preso tras los huesos de tu propia vida.
Al llegar la noche me contaba cuentos
de princesas tristes en sus castillos,
y me leía poemas de largos versos
donde el amor es el filo de un cuchillo.
¡ Qué sabía la gente de su sentimiento !
¡ Qué sabía el mundo de su bello brillo !
ella era una estrella en el firmamento
con nombre de hombre bueno y sencillo.
Recibía insultos cuando iba al pueblo,
le arrojaban piedras espantosos niños,
¡ Maricón !, le gritaban muchachos ebrios
con el estúpido odio hacia lo distinto.
Por sus verdes ojos asomaba el miedo,
un miedo a la vida sin color ni trino,
un pavor a las sombras y a los gestos,
un horror a las cuestas de su camino.
Una tarde hermosa de un verano tierno
al volver a casa escuché unos gritos
supe a ciencia cierta que él había muerto
en un cuarto oscuro, húmedo y frío.
De una cuerda blanca atada al techo
colgaba el cadáver de mi pobre tío.
Sobre una modesta mesa bajo su espejo,
un vaso de agua conservaba un lirio,
y al lado de un libro deshojado y viejo
un poema de amor sin ningún destino.