Prefiero un corazón...
¿Para qué quiero un corazón maltrecho
que del suelo temblando se incorpore
y que cual ave triste, gima y llore,
apresado en la jaula de mi pecho?
¿Con qué razón, con qué banal derecho,
lo retengo convulso sin que aflore,
sin que no olvide, sin querer que ignore
el sabor de la afrenta y el despecho?
¿Para qué quiero el ánimo abatido,
la desazón, las ilusiones rotas,
ante un vigía parco y denigrante?
Prefiero un corazón enardecido
que a pesar de sus fallos y derrotas
aun con mayores bríos se levante.