Alzó su vuelo desde muy pequeña, su tinta aún no era suficiente para plasmar todo cuánto veía pero permitió a otros escribir su historia mientras ella, afinaba el plumín para darle estilo a las palabras. El lugar, muy cálido, típico de la costa del pacífico el cual fue parte del territorio cedido en usufructo a una compañía frutera del extranjero que operaba en la costa sur de su país. Después hubo una reforma agraria durante el gobierno del derrocado presidente Arbenz, el parcelamiento agrario fue creado y lo bautizaron como Nueva Concepción, que ha conservado su nombre hasta ahora. Siempre ha sido un pueblo pujante, conocido desde tiempo remoto como el “granero de Centroamérica”, obviamente por su producción de granos para alimentar a mucha gente que ha dependido del valioso y nutritivo oro blanco, al que llamamos maíz. Cuentan los mayores que el lugar era montañoso e inhóspito, la lluvia se hacía presente constantemente y el calor extremo. Se trataba de una selva, violada en ese entonces por la compañía bananera, el verde verde de sus árboles y la variedad de especies fueron disminuyendo para dar lugar a otras criaturas.
Cuando esta pluma que escribe historias era pequeñita , se perdió entre los comerciantes de su mercado situado en la calle Honduras ---esta zona tropical le puso a sus calles el nombre de cada uno de los países de Centroamérica ---. La pequeña, desorientada se movía entre las piernas de muchas personas, era lo único que alcanzaba a ver debido a su corta estatura. Probó frutas deliciosas, todo le parecía maravilloso: el bullicio, los colores de los alimentos que allí se vendían y la brisa salada que provenía del mar. ¿Cómo la identificarían, entre tantos vendedores y compradores? Es un enigma que se ignora hasta la fecha, pero su curiosidad no disminuyó y continúa viajando en búsqueda del secreto de la verde tinta que se desliza bajo su plumín que pinta los paisajes en la tierra del quetzal, aunque a veces se nublen sus ojos como se nublan las montañas bajo las aguas invernales.
©Lissett