Con la lengua cual bufanda
oscilando en movimiento
un callejero sediento
olfatea una baranda;
su pelaje polvoriento
sacude mientras se frota,
pareciendo que rebota
sobre el hostil pavimento…
La mirada indiferente
su silueta apenas nota
con el desdén que denota
toda consciencia renuente;
que invisibiliza al hombre
al niño, mujer y anciano,
omitiendo con desgano
dignidad que al alma escombre.
Igual da el perro que trota
que el llanto del triste anciano,
o el dolor de algún hermano
que de entre el paisaje brota.
Selectiva conveniencia
tamiza las emociones
despojando a las visiones
de pertinente evidencia…
Quizá cuando el perro sacia
su hambruna de indiferencia
desnuda toda falencia
que habita en mente reacia;
acaso su aroma a muerte
alguna pena levante
en el ojo que arrogante
lo deja todo a su suerte…
Niños, mujeres y ancianos
en las calles se debaten
sin que de ellos se percaten
sus congéneres cercanos;
así sus vidas se mecen
en un mar de displicencia
donde por inasistencia
sus esperanzas fenecen.
Corre el perro presuroso
levantando polvareda
esparciendo en la vereda
su rastro menesteroso.
A pesar del sufrimiento
parece verse feliz
oscilando su nariz
procurándose alimento…
Esta sencilla verdad
pocos son los que la entienden,
menos son los que comprenden
la real felicidad;
básico es para la vida
un refugio y alimento,
lo demás es un invento
que a la angustia nos convida.
Quien en su credulidad
inconforme no se aviene
ignorando cuanto tiene
pierde su tranquilidad.
Con la mirada perdida
un espíritu inconforme
busca en corazón deforme
una mundana salida.