Un día más y es tu cumpleaños,
una hoja más que se desprende dolorida,
aunque con regocijo te lo celebren
aquellos ingratos que dicen que te quieren,
que tus males han causado, insensatos
y que brinden con amor, con alegría,
en tu honor ¡oh madre mía!
No importa que te hagas vieja,
no importa, si cada día tu estampa
con una arruga más, con una cana
que te adorne el rostro, la cabellera,
en el fondo de sus almas quedas
cual vívido retrato que les habla
de tu amor, de los desvelos
que por ellos tus días se poblaran.
Es justo que te canten y te arrullen
y en algo paguen tu cariño,
si con amor te brindan sus corazones,
cual copones llenos de hostias de alegría
o cálices rebosantes del vino del cariño.
Aparta tus sueños y el calor del lecho
y apréstate a recibirlos como antaño,
cuando con dolor los alumbraste
sin importarte la salud, la vida,
que en tus horas de agonía interminable
les impregnaste tu bondad, tus rasgos.
Y si ellos a tu regazo vuelven,
es porque los caminos de la vida
les enseñaron que una madre
no se encuentra en cualquier recodo
y que cada vez que te canten,
están gritando al son de una guitarra,
que tu vida se les esfuma apacible
como se nos va el agua entre las manos.
Recibe madre sus cantares
como himno a tu inmortalidad perenne,
que seguirá, como el viento entre las flores,
esparciendo los pródigos perfumes
por los áridos senderos de la vida.
Bogotá, Octubre 2 de 1976