Yo soy de tierra adentro,
yo vengo de un humilde pueblecito herido por el viento,
en donde en las frías noches del riguroso invierno
a la luz de la hoguera de mi humilde cocina,
después de una jornada sudorosa y cansina
mi idolatrado padre me contaba algún cuento
de hadas, de princesas o rufianes.
Yo vengo de esos lares.
Yo soy de tierra adentro.
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Yo soy de tierra adentro,
de allí donde la palabra “mar” sonaba a cuento.
Un minúsculo lugar casi vacío de casas con adobes arropadas,
tristes y angostas calles por doquier abotargadas,
campos de tierras horadadas y baldías,
de mieses con espigas doradas y otras policromías,
surcos cansados, de soledad sedientos.
Yo soy de esos lugares.
Yo soy de tierra adentro.
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Yo soy de tierra adentro,
yo más que ser de aquí, de aquí me siento.
De montes escarpados por montañas esquivas abrazados,
colmenas escondidas detrás de las colinas en los vados,
rodeado por todas partes de tamuja los pinares,
de superficies rellenas de vides a millares
y de vino borrachos los lagares.
Conmigo va el sarmiento.
Yo soy de tierra adentro.
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Yo soy de tierra adentro,
conmigo viajan el ratón, la ratonera y el gato y la gatera,
una ventana al fresco, la fresquera,
el horno de leña, el codero lechal y las hogazas,
los gaiteros -dulzaina y tamboril-, la música en la plaza,
los rebaños de las ovejas trashumantes,
guarnicioneros, trilleros y triberos y de ganado los tratantes.
Yo soy de aquí y aunque yo no lo quisiera
Yo soy de tierra adentro
y así tiene que ser hasta aquel día en que me muera.