A un tiempo bajo la luna,
descubrí un racimo de manos
orgullosas de ser,
sus sentidos abiertos,
su plenitud en labores,
su largo tiempo en cadenas
a fuerza de conquistar,
de nunca olvidar,
de abandonar el azar y volverse
un ímpetu de silencios.
Las creí un portal,
sólo con el correr de la razón entendí al niño
que ellas revelaban,
y a las puertas del cielo fui un farol,
y una mente despierta a la conciencia en blanca flor.
Mis voces callaron,
sin color la perfección me dió sentido,
surgieron lluvias de mi copa de vino,
creció mi pecho salvaje en unidad con el agua,
de ásperas espinas mi paisaje,
de sangre ardiente mi primera edad,
y mis ojos arañaron los secretos,
esos repentinos e invisibles agrestes en los caminos,
esos de alma en olivos y vuelos, dignos del viento.
A un tiempo el miedo se pobló de rumores,
se congregaron las rosas,
se endureció la verdad,
por mera casualidad se calló la luz y fue rechazada,
y los besos ya no derribaron paredes,
y las manos ya no erizaron la mentira,
y de la vida todo se pareció a un ave extraña,
y los hombres en la corteza del orgullo,
y los hombres, en miserable alimento tan sólo sol y polvo.
Recién hoy me doy cuenta,
a un tiempo bajo la luna de esas manos, descubro que
soy un espejo del que soy,
el mango de la madera,
el útero que asoma,
la máscara de sangre que vive abajo y que recuerda,
la tarde de la traición y el estandarte que cayó contigo.
En tu nombre encuentro mi canto,
el deber y el amor reunido,
el sitio de estar aquí o en la calle o en todas partes,
¡y en un racimo de manos orgullosas de ser,
me multiplico en hojas infinitas!
Siempre esperaré entre las piedras sin destruir el día,
siempre dormiré despierto en tu esencia,
a fuerza de conquistar,
de nunca olvidar,
de abandonar el azar y volverme
un ímpetu de tus momentos.
T de S
MRGC