Luego de la lluvia quedaban en la calle algunas lagunas temporales, se convertían en el mar imaginario de muchos que echaban a navegar sus barquitos de papel. También al igual que tantos infantes, la pluma viajera soñaba con el mar pues deseaba llenarse con una tinta diferente, más fluida y de colores más vivos. Un día, su anhelo de conocer el vasto espejo que formaba olas con el viento se hizo realidad, echó su barquito de asombro que se meció hasta el horizonte para atrapar el arcoíris y traer consigo el brillo del sol que transformaba la luz sobre las diminutas gotas saladas que saltaban hasta el cielo.
El mar aunque fue el punto de reunión con la familia, le intimidaba pues su fuerza era capaz de abrazarla hasta dejarla sin aliento o bien hacerla danzar con gracia y armonía. El sitio más visitado era Santo Tomás en la costa atlántica. Siendo parte del caribe no tiene el color turquecino de otros mares, sino el reflejo de su vegetación que se avista desde lejos, guarda también el sabor de las lágrimas que se confunden en sus aguas con el recuerdo de tiempos felices, de amigos y hermanos que se han ido… que navegan en sus propios barquitos de papel con ilusiones quizá inconclusas… ¿Cuántos secretos lleva ese mar de nostalgia, que acarició aquellos cuerpos infantiles que hoy siguen soñando con sus mareas, la espuma blanca y la huella de sus pies descalzos sobre la arena de la playa de sus años mozos que se alejan?
©Mirna Lissett