XV PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA “EL OLIVO” “ALGUIEN SE HABÍA BEBIDO EL CANTO DE LOS PÁJAROS” Lema: Yepes LIBRO PRIMERO Tienen tu nombre, señor, son los que sufren, las sombras semejantes, las sombras que se quedan en los cuerpos mientras va su vivir deletreándose para ganar el pan. ¿Quién los sostiene? Son los muertos que nacen del invierno del mundo, son los muertos que están viviendo y arden con aceite de Dios. (Luis Rosales) 1 ALGUIEN SE HABÍA BEBIDO EL CANTO DE LOS PÁJAROS Me dormí, y en los ojos llevaba la aridez de un páramo sin nombre sucediéndose, como una sombra a otras, a sí mismo. Soñé con un lugar donde la hiedra se disolvía en agua, donde el musgo crecía en los balcones que entreabrían sus vitrales a un mar de madrugadas: tenía tanta sed que era obligado poner toda la sangre en un latido, era tal la ansiedad, tanto el anhelo que de pronto crecían, me crecieron, como lluvia los brazos, y la noche se iba haciendo de charcos y en las manos brotaban altramuces. Al despertarme, alguien, se había bebido el canto de los pájaros. 2 PERO TÚ NO ERES MÚSICA Al arder todo es música y el fuego es la romanza más triste que entonan los violines cuando gime una niña, más no es todo pasión ni se alimentan las mareas de sexo, una hoguera no conoce las causas por las cuales el fuego fue el origen de todo, no recuerda que una enorme explosión fue quien creo la luz y el universo y aún perdura su estrépito en nosotros, nos aturde como un barril de pólvora que turba las certezas del mundo. Pero tú no eres música ni romanza ni sexo y eres fuego sólo para mis ojos. 3 QUIZÁS RESULTE EXTRAÑO Quizás resulte extraño que a mi edad no necesite agenda ni reloj ni tenga en mi escritorio un calendario. Quizás resulte extraño que no sepa qué mar se ceñirá mañana a mis orillas o en qué minuto exacto del día vendrá el sueño como un verbo cansado. Pues no. No me interesa saber cuántos segundos de muerte tiene un año ni en qué fracción de lunes se escribe una agonía, nunca llevé por cuenta las hojas que el otoño fue dejando caer sin mi permiso, no quiero conocer qué va a ocurrir mañana, quiero, sí, quiero que ocurran cosas, que sucedan amaneceres claros, alamedas a ciegas y carámbanos como caricias tiernas colgadas de los árboles, no me importa saber la hora exacta en que van a estallar los gorriones, pero quiero escucharlos cuando canten. No sé por qué ese empeño en que no siga la vida su secuencia de sorpresas, por qué esa exactitud, ese tener contados los latidos o estudiado cuánto mide un temblor o adónde llega la longitud de un sueño. No. A mí no me preocupa perder el autobús o que no existan trenes de cercanías, no me importa llegar tarde al verano o que me encuentren desnudo los inviernos, no me importa saber si hoy es domingo o cuantos doses ha habido en la quiniela, si a la hora en que escribo funcionan los cajeros automáticos, si a las diez menos cuarto, como anoche, nacerán sin pijama las estrellas. De verdad, no me importa llegar tarde al café o a aquella cita que os concedí hace tiempo ni siquiera, os lo juro, me desvela que llegado el momento se me olvide la fecha mi entierro y os encuentre, cuando caiga en la cuenta, con cara de fastidio y herrumbrosas/ vuestras manos de pésame. 4 REGRESAS DE LA CALLE Regresas de la calle; todavía reflejan tus pupilas los colores del último semáforo y tu piel llega oliendo a autobuses o a tranvías, no sé sabe muy bien, pero despide impaciencias de andén y lleva impresa un billete de urgencias. Estás cansado, sí, y es que las calles, de tanto transitarlas, se vuelven cuesta arriba y después de un invierno y otro invierno llega el día en que el suelo que uno pisa se ha vuelto ya pared. Has abierto la puerta de tu casa; es tu casa, y por eso tus pasos hace tiempo que ya estaban sonando en los pasillos; es tu casa y no sientes extraño que los cuadros, los libros, la mesa del salón o las cortinas no se pongan de pie y te los encuentres donde estaban ayer y van a estar, seguramente, dentro de diez años. Pero tanta quietud también te duele, te hace daño el silencio de los muebles y el paisaje uniforme que se extiende detrás de las ventanas: casas de cartón piedra, arboledas de plástico y estrellas de charol, te hiere la penumbra de la alcoba, la tibieza habitada de las sábanas y el volumen anónimo del sueño. Y preguntas por ti, quieres saber por qué no te suicidas, aunque fuera solamente un minuto, sin violencia y sin sangre, que la sangre lo va dejando todo que es un asco y la gente se pone a decir estupideces; te preguntas qué pintas ahí sentado con ojos de oficina todavía, con conciencia de bulto, sin saber si en el bloque de al lado llora un niño, si un anciano se muere o si existe alguien más tan resignado a ser sombra o volumen de otra sombra, como tú -como yo-, cansados de vivir entre amapolas que nunca fueron sangre de trigales, pensando, igual que tú, en suicidarse, quizá esta misma noche, cuando se hayan dormido las palomas. No es extraño que llegues de la calle y llenes la bañera con la sana intención de despojarte de todo cuanto has sido y te quedas pensando si no sería mejor terminar de una vez y tener el valor de suicidarte. 5 ESCRIBIR UN POEMA Escribir un poema es un oficio que no exige licencia ni otras armas que un trozo de papel -mejor en blanco- y el hambre irreprimible de inventarse un mundo inmensamente más humano. Escribir un poema es aceptar que el tiempo es un lugar donde no habitan los dioses milenarios y todo cuanto ocurre son anécdotas estúpidas que llenan de ausencias las tribunas, es saltarse los códigos que gobiernan la lluvia, pregonar otros ritos de amar, es construir infancias no vividas y aceptar nuevas resurrecciones…. Y es que esto de escribir no está sujeto a franquicias de marca ni se arroga banderías de nadie ni de nada, es que esto de escribir es un dolor que nace de continuo, que nos nace de pronto como nace, un sollozo o un grito o un corazón de cisne que aprendiera a nadar en nuestras manos. Porque a veces es cierto que duele lo que escribes, que te duelen las manos y la tinta con que escribes, que es tan fuerte el dolor que poco a poco vas perdiendo consciencia de tus manos, has perdido las manos y ahora tienes -sangrando en el papel- tu voz que no es tu voz y dos muñones con todas tus edades pegados a tus brazos. Pero aún así, escribes tu poema porque hay alguien, quizás fuera de ti que te hilvana palabras inconclusas, palabras borbotones que están tomando cuerpo de mano desgajada y reconoces que sí, que en muchas ocasiones ya dijiste cosas tan algebraicas, tan enfermas de cifras y algoritmias, como éstas que ahora escribes, pero entonces no formaban poema, no dolían como duelen ahora estos silencios que ya no riza el viento porque llevan espadas de agonía. Al final aprendiste que no eras sólo tú quien buscaba el paraguas de unos versos lo mismo que ahora entiendes que tus ojos no inventan el paisaje ni el viajero va cambiando de estampas: es el verso quien viene no se sabe de dónde ni por dónde, es el verso quien te nombra poeta, quien te dice poeta, de la forma que es el propio paisaje el que se mueve, el que cambia de sitio, el que te hace peregrino en el tiempo, trotamundos, viaje y viajero. 6 SE ME ESTÁ HACIENDO TARDE Se me está haciendo tarde. Y es que llevo dando vueltas y vueltas por las calles, por estas mismas calles, desde antes incluso de que alguien, para darles su nombre, se muriera. He visitado templos y palacios, teatros, avenidas y almacenes, la ciudad que no existe, el arrabal, los burdeles, los templos donde se entra del revés y se sale, no se sabe muy bien, si blasfemando, maldiciendo o rezando, conversé con la gente que se tapa la cara con las manos y no entiende mi idioma, con la gente que no sabe que es gente, recorrí los barrios donde viven las personas que no pagan tributos, donde habitan los niños de los otros, los que no tienen tiempo de ser niños, aquellos que nacieron llevando un crisantemo en cada mano y un delirio de mar entre los ojos. He pisado los barrios en que es gratis morir sin previo aviso, morir a sangre fría o con el frío esperándote en la tumba, morir como se vive, en carnes vivas, sin un gesto, una voz o una pisada que pueda dejar huella. De verdad, se está haciendo tarde: y ahora tengo la extraña sensación de haber estado muchas veces aquí, de haber vivido aquí con otro nombre, quizás con otro traje, u otro rostro, como si de una carta se tratara que hace tiempo escribí y que al cerrarla se quedara pegada entre los labios sin echar al buzón. Por eso este paisaje, esta luz de neón y estas farolas me hieren, me incomodan, me golpean y tengo la certeza de estar desenterrando montañas malheridas, cicatrices antiguas que de pronto se ponen a doler y me supuran hilillos de orfandad. Y tengo prisa, sí, ya se ha hecho muy tarde y necesito que pase un autobús, que pare un taxi o que alguien me indique exactamente
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