Corre en silencio el río,
nada detiene su viaje,
ni la calor nï el frío,
su corriente un desafío,
sus orillas un mensaje.
En sus aguas he buscado
día y noche tu reflejo,
pero solo he encontrado,
que mi rostro reflejado,
se ve triste, se ve viejo.
Como el presagio maligno,
en la corriente aparece,
así cuando me resigno,
a darle un final digno,
tu cariño en mí, florece.
La corriente dice: Vamos,
yo la he visto a tu amada,
en las tardes saludamos,
ella y yo nos encontramos,
cuando viene a la cascada.
Se me escapa en un suspiro,
el nombre tuyo amor mío,
bajo el cielo de zafiro,
junto a la orilla deliro,
que lleve el mensaje el río.
El me mira sollozar,
y con mi risa lo engaño,
hasta que empiezo a llorar,
y lo convierto en un mar,
donde se ahoga un -te extraño-.
Yo no sé si es voluntario,
o lo lleva la corriente,
y aunque pienses lo contrario,
es un continuo calvario,
por tu ausencia mi presente.
Corre el río noche y día,
sin cuestionar a la orilla,
tampoco cuestionaría,
yo tu amor vida mía,
si se apaga o si brilla.
El río se desbordó
en la orilla alguna noche,
y quien amor prometió,
también así pronunció,
de seguro algún reproche.
Igual que el río te has ido
con una aparente calma,
y aunque no te he detenido,
siento ahora que he perdido,
una parte de mï alma.
¡No sé donde, ni en qué mares,
este río desemboca!,
¡No sé donde van mis pesares!,
tal vez hasta tus altares,
a sublimarse en tu boca.
Ahora que no te veo,
suelo pronunciar tu nombre,
cuando escucharlo deseo,
mas a estas alturas creo,
estas en brazos de otro hombre.
Sigue el río muy sereno,
sigue el agua su camino,
y yo de tristeza lleno,
sigo de tu amor ajeno,
todo se fue como vino.