Vaciaron las palabras de sus ojos
sin dejar de sonreír,
olvidados de la muchedumbre,
de los niños traviesos y los pájaros ruidosos.
Tensaron sus labios
fundidos en besos apasionados,
colmados de caricias y palabras entrecortadas.
Se encimaron uno al otro
pretendiendo agotar toda la energía que irradiaba de los cuerpos,
palpando con las manos sobre la ropa obstinada.
Una eternidad degustaron de sus amores
ajenos a las furtivas miradas,
abandonados a los olores de la piel
y la tibieza de los cuerpos.
Los dedos de él se posaron sobre su pelvis ansiosa
y ella después de ceder unos instantes
los rechazó con desgano.
Cuando el guiño de la tarde
les anunció su pereza,
cogidos por el talle
entre besos y promesas,
serpenteando por la acera hasta tocar el pavimento,
caminaron para perderse en alguna esquina
apurando la noche
con la prisa del deseo.