Buscando el color para pintar la pasión por el fuego de la libertad, la pluma viajera en sus años escolares se traslada a San Agustín Acasaguastlán. Un pueblo tan importante desde la época colonial que tuvo una posición geográfica primordial para aquellos hijos de la Corona que desembarcaban en el Puerto de Santo Tomás y viajaban hasta la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Un lugar bendecido por la naturaleza, allí se abastecían de frutas tropicales en abundancia por lo que fue conocido como “la huerta de Guatemala. Hoy su colonial iglesia blanca es testigo de ese pasado al que se estuvo unido.
La pluma viajera, encontró diminutas semillas coloradas, ¿acaso era el pigmento que afanosa buscaba?
Continuó su búsqueda recorriendo el lugar, llegó al río Hato donde el agua clara reflejaba el azul del cielo y bebió del líquido para saborear su historia. Allí, le susurran las aguas que un día de 1812 con otro pueblo hermano llamado San Sebastián Chimalapa lucharon por deshacer las amarras que los ataban a la Corona. Desde entonces se reconocen ambos como pueblos próceres del movimiento independentista centroamericano.
Muchos años después, San Sebastián Chimalapa (hoy Cabañas) toma la iniciativa de llevar el fuego patrio desde su pueblo hermano estrechando así lazos de fraternidad, fervor y civismo. Podría decirse que la pluma viajera encontró el color rojo contenido en las semillas del achiote para pintar el corazón que late en medio de dos comunidades que compartieron ideales comunes; junto al color también en su memoria persiste el rumor del río interpretado por su banda de música civil…
©Mirna Lissett