Nos desnudamos con celeridad
dejándonos llevar por un pasionario torrente de hormonas,
descubriendo la carne con la pupila de los dedos,
desandando con fruición los más ocultos pliegues de la piel.
Soltamos amarras, conducidos por los embates de la lujuria,
sometidos a una danza instintiva,
supongo que ancestral.
Abrazados nos convertimos en actores de una fantasía increíble,
postergando a duras penas el goce supremo,
embriagados por el roce,
satisfechos de nosotros mismos,
pendientes de las frases entrecortadas y los espasmos corporales.
Jadeantes, exhaustos,
quedamos fundidos en la soledad de nuestro encuentro,
oyendo, por vez primera, el sonido de la lluvia sobre los tejados.