Oscar Perez

El parto de un caballo

El parto de un caballo

 

Luna celeste, tú que fuiste la cuna,

pequeño trébol, tú que te volviste páncreas,

y tú, trigal sin luz, la médula del trote,

y tú, laguna azul, la crin del bienvenido,

bendigan, no mediten sino en cantos

la nueva potestad de lo infinito,

el gesto patriarcal de aquellos cascos diminutos

en que por toda tierra se ha extendido el nacimiento.

Es noble la actitud de las estrellas,

que no mueven un pie fuera del arenal inmarcesible,

pero vengan a ver del nuevo potro

cómo hay constelaciones que trabajan por lo puro.

El pasto crecerá para molerse en sus mandíbulas,

el río bullirá para saciar sus intestinos

y la ciudad, que crece sin saber cuánto agoniza,

de hinojos lo ha de ver atravesando sus tinieblas.

Ya viene, ya se pliega al horizonte su armadura,

se agolpa, se levanta en cuatro pies al horizonte,

no tiene porvenir más que su frente perfumada,

no más trotar que un existir de bello bruto.

Es un caballo y nace, porque la vida es esperanza,

es un caballo y ya relincha, mirándonos con su ternura,

porque sabe que nosotros todavía somos sus hermanos,

porque sabe que vivir es galopar juntos

tras del amor, de la bondad y lo infinito.

 

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12 09 13