Cae la tarde.
Inevitablemente, llegan los recuerdos.
Danzan entre las sombras
que se estiran, perezosas,
juegan a las escondidas
entre las plantas mojadas de rocío.
entre los árboles quemados
por la insólita nevada,
entre las ramas desnudas
de los árboles helados.
Los recuerdos se trepan,
se deslizan debajo de las puertas,
se filtran por celosías
de ventanas entreabiertas,
se cuelan por los ojos de las cerraduras,
invaden mi casa,
ocupan los lugares familiares,
se acomodan entre mis muebles y me miran.
Los recuerdos desfilan, implacables y solemnes.
Después, se van uno por uno,
tal como llegaron.
Se queda sólo el recuerdo de tu rostro amado.
Tus ojos me miran desde los rincones.
El eco de tu risa,
como una música hermosa y fascinante
enturbia mis sentidos.
La tibieza prepotente de tus manos,
la ternura de tu voz,
su cadencia diáfana y afectuosa.
Es fácil verte así, convertido en sombra caprichosa
Invadiendo mi casa, mis momentos.
Mientras cae la tarde,
inevitablemente, llegan los recuerdos.