Tras un ayer de reservas, ante una danza caprichosa, se quiebra el
gélido cerrojo en la seducida puerta de la cripta. Surge un aroma de
orquídeas y dos cuerpos vestidos de refugio, entre sombras
radiantes de luz, buscan barrer el polvo de los anhelos.
Se han dormido las ráfagas de viento y, el eco encantado de la
noche, despierta a los muertos vivos provocando la sed de sus
sentidos...ante el mensurable silencio, en un puente inquieto de
miradas de voces suplicantes: ¡Calla...calla que tengo frío!
Almas de paso lento e inequívoco, rasgando vestiduras taciturnas
bajo un cielo orlado de amapolas , entre rosales sin espinas y
codiciando ser arrolladas por un tropel de agapornis.