Dos tristes ratas festejan en la sala de un laboratorio. Ratas de cloacas sometidas a la voluntad de su retórico clérigo.
Soliloquio de erratas:
Entregamos la vida, le dimos palmadas esquivas al dolor sucedáneo de un encuentro que como siempre, acontece en tiempos atemporales. Para no amarnos. Para no rompernos el corazón como dos borrachos que han encontrado en la inmundicia, la última gota de licor.
Se puede amar a nadie y jurar que el amor es un delirio que nos acontece. Hablar de locura nos llevará a la nada, a tomarnos de las manos y reconocer en ellas, la ciudad que no aprendimos a divisar en la alcoba clausurada del sueño.
Podemos, vagar por el mundo y jurar , tomados del destino, ser diferentes, que jamás dejaremos a la cotidianidad rescatarnos en el vicio horrendo de vivir en la guantera de un poeta con defecto de escritorio y familia esperando el dinero para un viaje.
Podrías decir también que me he vuelto la cuerda de un grupo de herejes. No quemas, no ardes, no haces que mi cuerpo engulla tu dermis y , sacudido por orgullo, camufle mi poesía en la complacencia del anonimato.
Desde qué cama nos deshicimos de la cuna
en qué momento tomamos al niño
y le dimos una paleta robada de un nosocomio.
Cuándo le dimos un libro y le señalamos
el ladrillo primero de la sucedánea realidad.
Se puede amar. Podemos amarnos. Desde tu dosis de odio hasta mi sumisión al desamor. Podemos destrozarnos con el honor de dos profetas que proclaman desde su propio pecho a su causa imposible.
Podríamos contarle al cielo que aquí, en la tierra, alzamos la vista, en busca de un Dios. Y él nos dirá: Desde aquí, nos sigue pareciendo pequeño.
Dos tristes ratas contemplan la felicidad desde el utilitarismo de una palanca.