A Rosa
Yo te llamaba:
la de la mirada dolorosa
no por tener el nombre de Rosa
sino porque tus ojos
arañaban mis pupílas como dos gatos.
Un día quise huir
de las suaves ondas
que emancipaban tus caramelos ojos
ojos hirientes, ojos mansos
y al parpadear de esa evasión
aparecí tocando con mi labios
el umbral de tu boca.
En medio de ese baile torpe
de nuestros labios desconocidos,
bajaste y pusiste delante de mí
un suspiro,
encambio yo, dejaba perfumar
las yemas de mis curiosos dedos
en tu cuello.
Un deseo inocente se levantaba,
en una burbuja prohibida nos envolvía
siempre al rozar nuestro sudor fisgon.
Solo se sentía el mudo silencio.
Te detuviste,
fijaste tus ojos a mi corazón
y tu voz desnudó un secreto.
Y por no querer quererte
como querias que te quiera
te marchaste
me dejaste
húmeda la boca, encendidas las manos
solo,
sentado a la orilla de mi cama
resolviendo el acertijo
de pasiones sin mediar al amor.
Dejé que te pierdas
en los caminos deshonrados de mi vida
como un recuerdo,
pues yo no te podía dar mi corazón,
no lo tenía.
Hoy, tres años más tarde veo tu foto,
ahora desatado,
desempolvo esa historia y te llamo:
la de la mirada dadivosa
porque sonríes y te llamas Rosa.