Fue el signo de la noche:
una feliz pereza inalterable
que colgaba ajena del almanaque.
Un brindis espontáneo, sin razón,
y un elocuente silencio
enroscado en un obstinado deseo.
Bailamos en el quicio de la barandilla,
forajidos entre el bien y el mal,
mientras el esperpento del vértigo
se retorcía aburrido en el fondo.
Encelados en la noche, sin duda eternos,
redimidos de todas luces.
Kabalcanty©2013