Si me hundo en un mar de dudas,
y logro escampar entre el silencio de tu boca.
Si consígo que tu suerte le sonría
a mi desgracia, entonces sabre, que voy por buen camino.
Aunque a la deriva llegue a destíno
no debere de confiar nunca en que siempre sera así.
Tampoco abusarme de un cuento,
ni rechazar un consejo amigo, o un abrazo de lo más pasajero.
Y es que siendo una simple hoja
en medio de tanta tormenta, uno solo se deja llevar.
Sabiendo que puede dormir en el viento,
o que puede caer rendido, muerto y vencído en alguna esquina.
Si me abrazo a una farola parpadeante,
mientras rompo el silencio de la noche con un grito.
Si consígo -al fín- que mi desgracia
no sea ciega ante el cartel de tu sonrísa, sere felíz.
Con victorias que huyen de mi bolsillo
y monedas sín valor que ruedan por las veredas.
Sin abrígo, y con el alma llorando por mi garganta,
redescubro las heridas -aún- sin cicatrizar.
Somos huerfanos y hermanos en la noche,
aunque tu sangre y la mia no sean del mísmo linaje.
Y en la estela de humo de tu cigarro puedo leer
que ni el perdón de mis ojos bastará, para pedirte perdón.