La luz refulgiò en tu rostro,
te confiriò una luminescencia alabastrina
que me agitò el corazòn,
y bramò inestricable;
sentì que me desmoronarìa,
que caerìa de rodillas y llorarìa.
Levantè mis ojos para verte
con làgrimas que desbordaban,
bañando mis mejillas.
Me apartaste muy fuerte, en tu prisa
por ahogar el bramido que empujaba
en mi garganta como ariete.
Con voz cavernosa me dijiste;
¡nuestro amor ya no existe!
Me dejaste libre... y te fuiste...
La separaciòn me dejò inerte,
con un desorden que me enloquece
al pensar como te amè,
hasta el momento de perderte...