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Cuando llega la posesión, no hay ninguna discusión…
quién se entrega, quién posee, que éste manda
o aquél se yergue imponente para descender
a la profundidad que sea conveniente
para iniciar de la onda periódico el vibrar
que aumenta mitigando la fatiga
de la lenta letanía que gritase el alma en pena
para aceptar el castigo que el viril ha decidido
hasta sanear la condena sin misericordia humana…
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Se escucha el gemir bendito como un trueno
en acecho y un toro que anda bravío
resoplando con el viento que se encona
invadiendo el navío que no localiza el puerto
para encallar mientras pasa la tormenta
del derroche vehemente y el canto sigue
improvisado a dos voces en sus tiempos…
hasta confluir el alimento que se agota
y se mitiga la enconada avaricia
de aquel que ama y del que es amado…
desde la profundidad del alma,
sin compasión ni cansancio…
hasta la llegada del alba
las veces que a veces amas.
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