Juventud de días pasados, florecer de encantos,
sueños imborrables, deseos prohibidos, pero no
imposibles, un dormir, un despertar, correr y
subir a la sima de aquella colina, entraña de
nuestra colorida vecindad, bendita loma,
posarme en su noble césped, en medio de sus
árboles, maleza saturada de cuentos, memorias
de risas y mariposas, lágrimas derramadas, besos
y más de alguna mejilla sonrojada…
Los recuerdos me hacen sonreír, mi vista se
pierde en la lejanía de los tiempos y como si en
una manta ligera, casi transparente
se proyectarán borrosos al principio, luego con
claridad se vuelven como ecos reales del ir y del
venir, sigilosos, descansando, a veces gritando…
Ese día me encontraba en aquella peña,
en la cima de aquella loma disfrutando de la
brisa dulce refrescante de aquella tarde asoleada
de un azul celeste cielo mar, tan increíble…
Vestía de jersey roja, pegada a mi piel, una jacket
de piel café, de blue Jeans campana y botones
traslapados, calzaba unos botines de piel al estilo
George Harrison, bien lustrosos, mi cabello largo,
con mis libros, cuadernos de estudio aun a mi
costado.
Me entretenía usando la imaginería,
esperando sentado sobre aquella alfombra de
hierba verde dorada, aguardando por aquella
niña de dulce sonrisa, angelical bella, deseable,
yo sabía que ella vendría, meditaba en lo que
hablaríamos, había un ligero temblor en mí,
estaba nervioso, quizás porque esta sería la
primera vez que estaríamos a solas,
sin amigos atajando aquellas nuestras miradas,
repasaba aquellos versos encantados de Rubén
Darío, versos llenos de romance, Neruda,
Espino… ¡Me repetía diciendo animo! ya vendrá…
Recordaba sus labios tenues, color
rosa y a veces carmesí, manos tan sutiles, suaves
como seda, su voz un canto de cadencias
melódicas, tiernas a mis oídos que despertaban
mis sentidos, su cabello de un color negro rojizo
brillante, golpeaba sus hombros en el ondular de
su caminar, al mover de sus caderas mi vista
volaba, ella me observaba de reojo, mi rostro
enrojecía, disimulaba tratando de cubrirme...
Ella sonreía, le consideraba comparándole a una
gacela o a un cisne diáfano.
Esa tarde era una ocasión especial, ella asistiría
a sus clases de ballet, yo le acompañaría, iríamos
caminando, tomados de la mano, rozaría su
rostro, su mejilla, le daría un beso, me daría una
mirada de miel pegajosa, le robaría otro, antes de
llegar, tomaríamos un refresco, conversaríamos
de esa mirada, de sus ojos grises, y desfallecería
al mencionar su sonrisa,
le diría, deja, ya no abraces la pilastra, como lo
acía por costumbre cuando conversábamos,
tomados de las manos correríamos por la plaza,
luego le diría niña traviesa.
Tarde de ensueños, de alegrías muchas,
corazones henchidos de amor, sentimientos
vírgenes, sigilosos, que nos empujaban en
abrazos sumisos a sentimientos en fuegos de
pasión encendidos... Mas yo aun en aquella roca,
en la sima de esta bendita loma, espero por ella,
sé que ha de venir…
Un viento fuerte del este anuncia lluvia, las nubes
se arremolinan, el sol se oculta, las nubes cubren
los cielos, los rayos del sol se anublan, ya decaen,
el aroma fresco con el viento se entre mezclan...
Olor a flores silvestres, aroma acentuado a hierba
y tierra húmeda se levanta, llenando el ambiente,
me envuelven.
Mi corazón tiembla, ella aun no viene, mi alma
suspira, bajare la loma, he iré hasta acercarme a
su puerta, ya en camino me aventuro a correr,
las gotas de lluvia gruesas y pesadas se estrellan
sobre mi pecho, sobre mi rostro, acercándome
veo su puerta abrirse, ya le veo salir...
Del brazo de su padre, el la cubre y abordan el
auto, ya le veo marcharse, mi corazón parece
detenerse, yo grito al cielo, dando un alarido
mudo, empapado cubriendo mis libros corro
bajo la lluvia, diciéndome… otro día será.